Llevaba tiempo sin ir a un festival grande con tantas expectativas encima. Primavera Sound 2025 se sentía como una especie de termómetro cultural: si algo tiene que pasar en la música pop ahora mismo, probablemente lo verás allí, en algún rincón del Parc del Fòrum, entre un escenario y el mar.
Chappell Roan y el fenómeno de los sombreros rosa
La actuación que todavía me vibra en el pecho —y en la cabeza— fue la de Chappell Roan. Todo el mundo hablaba de ella antes de que empezara, pero lo que pasó durante y después no se puede resumir en hype. Aquello fue una explosión colectiva. A la mañana siguiente era imposible no ver sombreros de cowboy rosa por toda Barcelona. Y no es solo estética: es una declaración de que la fiesta queer-pop puede ser el nuevo mainstream sin pedir permiso.
Charli XCX y Troye Sivan: el pop sin frenos
Otra noche, otra pista de baile a cielo abierto. Charli XCX tomó el escenario con una seguridad que solo dan los años de jugar al límite. Lo de Troye Sivan fue el complemento perfecto: estilizado, eléctrico, sin necesidad de artificios. Cuando se juntaron, fue como si se deshicieran los márgenes entre show, rave y videoclip en directo. Si alguien necesitaba un manifiesto de lo que significa el pop ahora mismo, ahí lo tuvo.
FKA twigs y el arte de lo escénico
FKA twigs fue otro nivel. Lo suyo no es solo música, es arquitectura del cuerpo, escultura sonora, diseño de atmósferas. Dividió su show en tres actos, con cambios visuales y emocionales que te dejaban atrapado. Me pasó que a mitad del segundo acto me di cuenta de que no estaba mirando el móvil desde hacía más de media hora. Eso en 2025 es casi espiritual.
Gafas de sol que lo dicen todo
No puedo dejar de mencionar un detalle que se convirtió casi en seña de identidad: las gafas de sol. Este año las que más se veían no eran ni retro ni futuristas, sino algo intermedio. Lentes ligeramente ahumadas, monturas finas pero con personalidad, colores suaves… un aire de sofisticación casual. Había algo en esas gafas que decía: “Sí, vine por la música, pero también sé exactamente cómo quiero verme bailando bajo el sol”. Más que accesorio, una actitud.
Los DJ también marcaron el ritmo
Aunque el cartel estaba repleto de nombres del pop y del indie, no se puede hablar del Primavera 2025 sin mencionar a quienes pusieron a temblar los suelos con sus sesiones. Los sets de DJ se repartieron por distintos escenarios, desde los espacios más grandes hasta zonas más íntimas y escondidas donde el ambiente era puro club, pero a cielo abierto.
En el recorrido me crucé con momentos eléctricos de LSDXOXO, energía sin filtro de DJ Playero, y vibraciones oscuras y precisas en manos de Crystallmess. También hubo sets inesperadamente intensos por parte de Confidence Man, Lolahol o Frost Children, que transformaron sus propuestas en auténticas experiencias para bailar sin mirar el reloj. Cada día, en algún rincón, había beats que tiraban del cuerpo, incluso cuando el cansancio empezaba a pesar.
Y aunque no llegué a la fiesta de clausura del Primavera Bits x Nitsa —la promesa de rave hasta el amanecer estaba ahí—, sé por quienes fueron que la línea electrónica cerró el festival en modo trance colectivo. Algunos nombres quedaron por descubrir, pero la esencia del club estuvo muy presente todo el fin de semana.
Voz alzada por Palestina
Primavera 2025 no fue solo música y baile: varios artistas usaron su espacio para visibilizar causas que arden fuera del escenario. Una de las más sentidas fue la solidaridad con Palestina.
Cuando Fontaines D.C. apareció, no tardaron en desplegar una pancarta enorme con el mensaje “Free Palestine”, acompañado en pantalla por una frase contundente: “Israel is committing genocide. Use your voice.” El público respondió en silencio, luego con aplausos, luego con gritos. Fue un momento que atravesó el festival como una corriente eléctrica.
También Idles arrancó su concierto del jueves con un grito claro: “¡Viva Palestina!”. Joe Talbot lo repitió, con el puño en alto, y el público lo acompañó en bloque. No fue un gesto decorativo, sino visceral, incómodo, necesario. Un festival que presume de diversidad y conciencia no puede cerrar los ojos ante lo que ocurre más allá de su perímetro.
Pero no todo fue perfecto…
La primera noche hubo momentos en los que caminar entre escenarios era una especie de prueba de resistencia. Masificación real, sin filtros. En ciertos puntos te dabas cuenta de que no había apenas personal de seguridad, y eso en un festival así es un punto ciego preocupante.
Lo del agua fue otro tema. Encontrar una fuente era como desbloquear un nivel secreto. Y si la encontrabas, había que esperar, a veces más de 15 minutos. Por no hablar del precio de las botellas: entre 3 y 4,50 €. La hidratación como lujo no es buena idea, sobre todo con tanto calor y tanto cuerpo en movimiento.
También hubo quejas sobre algunos escenarios. El Estrella, por ejemplo, era demasiado bajo para la cantidad de gente que se agolpaba. En más de un concierto terminé mirando pantallas mal ubicadas o directamente escuchando sin ver. Un detalle que rompe el momento.
A pesar de todo, salí flotando
Primavera sigue siendo ese lugar donde puedes ver a una banda legendaria al caer la tarde y descubrir a un artista nuevo al amanecer. Es caos, calor, euforia, incomodidades… pero también es un mapa emocional de lo que está pasando en la música en este momento.
No sé si volveré cada año. Pero sí sé que haber estado en esta edición me conectó con algo que va más allá del cartel o de los trending topics. Sentí, por unas horas, que la música nos salva. Aunque luego tengas que hacer cola para una botella de agua.